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Se conocieron a los 16 años. Él se fue a luchar en la Segunda Guerra Mundial. Su barco se hundió. Volvió con un permiso. Le pidió matrimonio a ella. Tuvieron un bebé. Se compraron un coche. Y luego se pasaron la vida trabajando en lo mismo, en algo que les apasionaba y para lo que habían nacido los dos.
Y no se andaban con zarandajas en lo que respecta a los asuntos de la oscuridad. En sus frecuentes apariciones en programas televisivos de iluminación ténue y fondos vaporosos o en tertulias de radio con música de violín y sintetizador no recurrían a términos tibios como “actividad paranormal”, no. Ellos usaban términos como “infestación diabólica” y “monstruosidades de la noche”.
En 1942, cuando Ed tenía 16 años, se buscó un trabajito de verano como acomodador en un cine de Connecticut. Tal vez allí se proyectaban películas de Bela Lugosi como El murciélago diabólico o El fantasma invisible, o al menos eso sería precioso para esta crónica. En realidad seguramente ponían coñazos de Gary Cooper tipo El orgullo de los yanquis. Da igual. Pronto se fijó en una muchachita que acudía como un clavo todos los miércoles con su madre. Era Lorraine. Tras muchas semanas acompañándola a su butaca con una linterna se atrevió a hablar con ella. Empezaron un bonito romance interrumpido cuando Ed, a los 17, se tuvo que ir a luchar a la Segunda Guerra Mundial.
Allí tuvo muchísima suerte: el barco en el que navegaba por el norte del Atlántico se hundió. Ed sobrevivió y al parecer, si sobrevivías a un naufragio durante la Segunda Guerra Mundial, te daban de premio 30 días libres para irte a casa. Ed volvió a Connecticut y tras ver la muerte muy de cerca y tragar muchísima agua salada decidió que quería estar siempre con Lorraine. Se casaron durante aquel receso.
Ed se fue de nuevo a la Guerra y volvió sano y salvo poco después. Hicieron el amor. Lorraine dio a luz a una hermosa muchachita llamada Judy. Ed decidió que quería ser artista. Le gustaba especialmente pintar casas. Casas encantadas.
–¿Pintar casas encantadas? –le espetó Lorraine.
Ed sabía que existían las casas encantadas por un motivo muy sencillo que había olvidado contar a Lorraine durante todas sus noches de verano tirados bajo la luna masticando hierba y contando estrellas: había crecido en una.
El señor Warren contó en varias entrevistas que a las dos o tres de la mañana, durante su infancia, cuando ya toda la familia dormía, las puertas de su armario se abrían y de él surgían luces flotantes con rostros que lo miraban. El más habitual era el de una anciana cabreada. Y la habitación se enfriaba, y oía susurros, y al minuto estaba durmiendo en la cama de sus padres, parapetado entre las sábanas.
Había crecido sin entender qué era aquello y creyó conveniente dedicar su vida adulta a encontrar una explicación.
Pero eso a Lorraine no la pilló por sorpresa. De hecho, es muy posible que mirase al pobre Ed de modo condescendiente mientras él le revelaba con aire grandilocuente que había visto fantasmas: resulta que Lorraine podía hablar con ellos. Era medium. Qué precioso tiene que ser encontrar una pareja con la que uno tiene tanto en común.
Los dos se morían de ganas de pasar el resto de sus vidas juntos e investigando casas encantadas. Aún así, a Lorraine le asaltaba la duda que nos asaltaría a cualquiera y se lo consultó a Ed.
–Por mucho que yo sienta que hay una presencia maligna en una casa, ¿cómo demonios nos van a dejar entrar?
–Tú déjame a mí.
Ed siguió pintando casas. Se sentaba frente a ellas y en su lienzo trazaba terroríficos monstruos y fantasmas que surgían de las puertas y ventanas. Después Lorraine se acercaba al dueño de la casa, que se estaba preguntando desde hacía horas qué hacían aquellos jovencitos lunáticos allí, y le ofrecía el cuadro.
–Mi marido ha pintado esto. ¡Mire lo que ha visto!
–AY, ¡DIOS MÍO!
Muchos dueños, horrorizados, dejaban que Lorraine y Ed entrasen en su casa. No les fue demasiado mal porque muy pronto, en 1952, formaron la New England Society for Psychic Research –que aún funciona, creo–. Era la primera asociación dedicada a investigar fantasmas y a buscar demonios, porque los Warren creían firmemente en los demonios (él, de hecho, aparecía en su carta de presentación como demonólogo).
Todo les fue muy bien investigando unas vocecitas en el salón por aquí y a una niña muerta que buscaba la luz por allá. Hasta el 13 de noviembre de 1974. Ese día la madre de Ed Warren se murió. Llevaba 22 años sobrellevando un cáncer que se suponía terminal y tras cuyo diagnóstico le habían dado seis meses de vida, pero que (según Lorraine) soportó durante más de dos décadas gracias a los rezos de su hijo y su nuera.
Según Ed y Lorraine el certificado de defunción de la señora marcaba como hora de su muerte las tres y cuarto de la madrugada. Resulta que ese mismo día y a esa misma hora, en una casa de un condado de Nueva York, un chalado asesinó a los seis miembros de su familia con un rifle.
El chalado se llamaba Ronald DeFeo y la casa donde ocurrió, situada en un bonito condado llamado Amityville.
Pero todo esto no lo supieron Ed y Lorraine hasta que trece meses después los nuevos habitantes de la casa, la familia Lutz, recurrieron a ellos porque su hogar se había convertido en la casa del terror del parque de atracciones: voces, olores, portazos, sangre, apariciones, levitaciones, cambios de temperatura. Junto a sus crucifijos, cámaras de infrarrojos y toda la parafernalia que solemos utilizar para luchar con los demonios, los Warren se llevaron un complementito más: unos cámaras y reporteros de una tele de Nueva York llamada Channel 5.
Resulta que gracias a los Warren y sus investigaciones –que dieron lugar, por ejemplo, a esta célebre fotografía del supuesto fantasma de un niño terrorífico y demoníaco– el caso de Amityville se hizo famoso en Estados Unidos y, tras unos cuantos libros y películas, se convirtió en la casa encantada más célebre del mundo. El ayuntamiento de Amityville, aún a día de hoy, se niega a hablar a la prensa de este asunto y ha cambiado la dirección del inmueble para espantar a los curiosos. Pero los Warren ya se habían convertido en miniestrellas mediáticas y continuaron investigando casos a lo grande, que casi siempre reunían las siguientes tres características:
Eso sí, los Warren no pedían dinero a nadie por limpiar su casa de demonios. Exigían lo justo para cubrir los costes de desplazamiento. Se hicieron ricos gracias a sus charlas en universidades, a sus libros y a los derechos por llevar a la pantalla al menos dos de sus casos investigados (aparte de Amityville). Llegaron a estar representados por William Morris, la agencia más importante de management de Hollywood y en cuyos pasillos se cruzaban con Whitney Houston, Clint Eastwood y John Travolta.
En 1981 un caso que investigaban se convirtió en el primero de la historia judicial en el que la defensa aduce que su cliente estaba poseído por un demonio. Ocurrió cuando un chiquito llamado Arne Cheyenne Johnson se cargó a su casero en una discusión (seguro que tenía toda la razón, poseído o no). Al pobre, lógicamente, le cayeron veinte años.
En los noventa –porque ellos, como Cher, Kylie o Elton John, gozaban de un número uno en cada década– se hicieron famosos al contar en un libro el caso de un hombre lobo al que exorcisaron.
Una noche de 2001 el pobre Ed, ya viejito, se levantó de madrugada para abrirle la puerta al gato. Se desmayó y entró en un coma de once semanas, tras el que se despertó sin habla. No volvió a pronunciar una palabra hasta que se murió en agosto de 2006.
Lorraine sigue viva, hasta el año pasado dando conferencias y visitando más casas encantadas. Tiene una hija, dos nietos y cuatro bisnietos. Algunos de ellos continúan con la tradición familiar. El Museo de lo Oculto que crearon sigue recibiendo cientos de visitas. Hay juguetes diabólicos, un órgano que se toca solo, espejos malditos y decenas de crucifijos. El objeto más famoso es Annabelle, una muñeca que según los visitantes te mira y asiente con la cabeza. La mayoría de los objetos, por orden de Lorraine Warren, no se pueden tocar, pues aún guardan muchísima energía negativa.
Los horarios y dirección del museo se pueden consultar en Facebook. Loraine no debe de andar muy católica estos días. El último mensaje en esta página dice así:
¿Cómo te sientes, Lorraine? Sé que hay muchos que rezamos para que te recuperes. Espero que todo esté bien. Dios te bendiga.
Este es uno de sus últimos vídeos hablando de demonios y exorcismos, con su fiel peinado y sus colgantes. Como todas las historias de miedo que merecen la pena, provoca ternura y horror a partes iguales.
Fuente: Ay, qúe pesado!
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